ESTA OTRA VIOLENCIA. EL SAQUEO

Pablo Aravena

I.- Los políticos y los medios han optado, como acostumbran, por la vía más fácil. En un caso, el discurso condenatorio y moralizante, en otro, la exposición inmediata de las “hordas” saqueadoras frente a la dignidad del que, en el suelo, defiende su casa, su familia, lo poco que ha conseguido con el trabajo honesto. ¿Cómo no empalizar con las víctimas? ¿Cómo no estar de acuerdo con la civilizada y española figura de Amaro Gómez Pablos reprendiendo a los bárbaros saqueadores del sur? “Le pedimos por favor a la presidenta que autorice a os militares no sólo a detener, sino que a disparar a estos delincuentes”, gritaba ante las cámaras una señora gordita, de melena rubia y lentes, detrás de la reja de su jardín.

Al principio todo iba bien: otra vez la perversión de los pobres, de los marginales, desplegándose a la primera oportunidad en que se ausenta la ley. Y es que ha sido este supuesto –el de la maldad de los pobres (involuntaria o no culpable, en la versión más cristiana)- el que ha sustentado todos los apartheid legales y de hecho que ha registrado nuestro país. ¿No se acuerdan del muro que levantó la alcaldesa de Lo Barnechea para separar la ranchería de La Ermita de las casas de tres mil y tantas Ufs?

Pero como el medio no es neutral, al rato las cámaras mostraron más de lo que el editor de turno quisiera. Al lado de la poblada bajita y morena que robaba comida, licor y televisores, se alistaba gente de apariencia decente, “emprendedora”, para partir, sobre sus 4x4 y desde las bodegas mismas de las tiendas, con enseres de mayor valor. El asunto ya no calzaba tan bien, porque perfectamente ese hombre podía ser el esposo de la señora que gritaba detrás de la reja de su jardín.

Pero antes de poder comenzar a tratar de explicarnos qué estaba pasando vino la intervención “sanadora” de otra Teletón, desplegando las imágenes y testimonios de toda la destrucción y dolor del sur, como modo de impulsarnos al solidario acto de meternos la mano en el bolsillo. Ese particular modo de ligar compromiso social e individualismo, promovido por Don Francisco desde el año 1978. “El horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar” (Slavoj Zizek, “Sobre la Violencia”).

II.- Puede que el acto de robar, estafar, violentar, hacerle el quite al trabajo, buscar ante todo la satisfacción inmediata, etc. no sean rasgos propios de los pobres. De hecho, nunca lo han sido. quizá nuestro último terremoto ha funcionado como líquido revelador de la sociedad chilena, que a estas alturas no es más que una parcela más de la llamada globalización.

Nada nuevo digo con plantear que hay que hacer una distinción entre esa masa de los pobres. La separación se conceptualizó en pleno siglo XIX como proletariado y lumpenproletariado (Marx/Engels). Fue en “El dieciocho Brumario” donde, tratando de entender la llegada al poder de Luis Bonaparte luego de la Comuna de París (1848), surgió este desprendimiento conceptual que la referencia metafórica a la sociedad como un edificio de capaz sociales (baja, media, alta) hizo malentender.

El usual entendimiento del lumpenproletariado como una masa andrajosa e inconsciente es parcialmente correcta. En efecto, es “lo otro” de la burguesía y el proletariado (el sujeto histórico de Marx), pero no necesariamente lo que está “más abajo”. El lumpen, que era un elemento de las sociedades avanzadas de la época, podía nacer en cualquier capa de la sociedad, pues la conducta lumpenesca está en los orígenes históricos del capitalismo (la conquista, el robo, la usura) (“El Capital”, Cap.XXIV). Todos tenemos un caso a la mano: es más probable que se enriquezca, a corto plazo, un lumpen que un trabajador. El secreto de la acumulación es que no conoce ley, y cuando la reconoce lo hace como coartada.

Un año antes del golpe de Luis Bonaparte, escribía Marx en “Las luchas de clases en Francia”: “se repetía en todas partes, desde la corte hasta el café Borgne, la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada (…) La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”.

III.- Hay algo incómodo en las imágenes de los últimos saqueos. Esa incomodidad consiste, en primer lugar, en que los mejores saqueadores se parecen demasiado “a nosotros”. En segundo lugar incomoda que el saqueo se extienda, pues el futuro de la acumulación capitalista depende del monopolio del saqueo por una aristocracia que borra el origen de su riqueza con la leyenda del sacrificio de sus antepasados y la reproduce al amparo de la ley.

El descubrimiento público de una clase media lumpenizada -por lo tanto, no solo saqueadora, sino que también inconsciente y negada a su historicidad- llega en el oportuno momento en que comienzan las explicaciones acerca de los motivos de la llegada al poder de la derecha formal. Más allá de las ineficiencias de los gobiernos de la Concertación, queda pendiente hacer la genealogía del proceso de lumpenización de las clases medias en Chile.

Mientras tanto, habrá que resistir la operación anestesiante de los medios, los que utilizando la “maldad” de los saqueadores en sus notas de prensa, no han dejado de proponer un refuerzo al axioma fundamental del liberalismo económico que nos rige: el individuo es egoísta por naturaleza, hay que redirigir esas energías perversas para el beneficio de la sociedad entera.

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