EDITORIAL JULIO 2010

En alrededor de 40 días más enfrentaremos otro de tantos dilemas que nos concierne de manera especial a las Universidades y a la Educación Terciaria, a saber, una Reforma a la Educación Superior. Aunque la vida universitaria demanda a gritos cambios en su forma de funcionamiento, gobierno y financiamiento que apunten a elevar la democratización de estas casas de estudio, esta reforma no guarda ninguna relación con esto, muy por el contrario, se trata de seguir los lineamientos dictados por la OCDE y el Banco Mundial en cuanto a sintonizar el quehacer universitario con el modelo económico vigente, vale decir, la Economía Neoliberal. Es así como, hace pocas semanas atrás, el jefe de la Educación Superior del MINEDUC, Juan José Ugarte, anunció la creación de dos entidades. Una que agrupe a las 177 instituciones que imparten educación terciaria, y otra que reúna las 60 universidades existentes en el país, 25 tradicionales y 35 privadas. Por supuesto que este proyecto no fue comunicado a las instituciones afectadas, y mucho menos discutido con la participación de éstas. Las reacciones no se hicieron esperar, y es así como el presidente Sebastián Piñera, al acudir a la entrega de la medalla Patrono de la Universidad de Chile, recibió la reprobación de parte de los estudiantes y del mismo rector, quién calificó de “poco sensatas y poco prudentes las medidas anunciadas por el Ministerio de Educación”. A su vez, en su discurso, el rector Víctor Pérez rechazó de manera categórica la intención de homologar las universidades tradicionales con las privadas, indicando que las medidas bien podrían terminar por “profundizar la privatización y mercantilización del sistema universitario”.

Otra de las medidas de carácter manifiestamente neoliberal es la creación de un sistema único de créditos y becas, que estaría destinado a favorecer la demanda, es decir, los estudiantes recibirían el aporte económico para luego decidir en qué institución estudiar. Con esto, el Estado se desentendería de la regulación de la educación y de su financiamiento, dejando a las universidades la responsabilidad de adecuar su funcionamiento con el propósito de captar estos recursos económicos de manos de los potenciales estudiantes. Como consecuencia natural, el mercado estaría determinando el quehacer universitario, llegando a ser cada vez más funcional al modelo económico neoliberal.

En todo caso, el Presidente Piñera desmintió que la eventual reforma universitaria tuviera la intención de disminuir los recursos para las universidades públicas. El punto es que cada vez se hacen menos creíbles las promesas del presidente. Se han cumplido 100 días del gobierno de la derecha y las promesas de menor cesantía y de mayor crecimiento no sólo no se han cumplido sino que van en la trayectoria opuesta. A la cesantía estructural del sistema neoliberal es necesario agregar la cesantía política causada por los despidos masivos en el aparato del Estado, perpetrada por los ministros-empresarios del gobierno. Contra su promesa de campaña, entre otras, Piñera ha avalado el despido de miles de trabajadores del Estado, siendo más fuerte que el cumplimiento de su palabra, el dogma neoliberal de empequeñecer el Estado hasta su mínima expresión. Por otra parte, el último informe del Banco Central ha corregido a la baja la estimación de crecimiento de la economía chilena para este año 2010. Es necesario recordar que tanto el cumplimiento del programa de Piñera como el financiamiento de la reconstrucción se financiarían con cargo a sólidos crecimientos del PIB, por ello podemos esperar que muchas otras promesas no se cumplan y suframos durante cuatro años de este estilo de gobernar que, en estos poco más de 100 días de gobierno, hemos ido conociendo.

Por otra parte, Piñera ha desplegado un gran número de acciones conducentes a definirse como un político de centro. Para ello no escatima medios, juega a usar el lenguaje de la Concertación y retoma sus banderas, lo que incluso le trae conflictos con la UDI, el sector más duro de la alianza. Exhibe un populismo como el de Lavín, yéndose a dormir con los damnificados por el terremoto y las lluvias, y viendo partidos de fútbol públicamente en diversas ciudades del país. No obstante, hay una frontera que no pasa, la que va del dicho al hecho. Cuando las medidas propuestas llegan a la fase de su concreción, se diluyen en el tiempo y los montos, como está ocurriendo con los jubilados y la eliminación de la parte de sus sueldos que va a FONASA. Los prometidos seis meses de postnatal, que después de tantos anuncios contradictorios está quedando poco menos que en nada o casi peor que antes. Como ya hemos señalado, también los despidos inconsiderados de los empleados públicos, negados al principio por la propia presidencia, que ahora se han desatado. A esto se agrega un desorbitado afán por la privatización que en estos momentos amenaza a la salud.

Desde un comienzo Sebastián Piñera ha tratado de cortar el cordón umbilical que lo une a la dictadura. Comenzó declarando que había votado por el NO en el Plebiscito, y ha continuado haciendo gestos como los mencionados. La designación del ministerio mostró claramente este afán por demarcarse de la línea política dura de la UDI, aún plenamente pinochetista. Luego, vino la alocución sorpresiva del embajador de Argentina y el de su hermano José Piñera, mostrando que este cordón umbilical sigue intacto, y que el monstruo no ha muerto. Tan sólo dormita con un ojo semiabierto dispuesto a saltar en el momento menos pensado.

Esta mirada hacia el centro, más que a un coqueteo, obedece a una necesidad y a un peligro. Piñera quebró la fórmula consagrada que les permitía a los poderes fácticos, en especial a los empresariales, mantenerse al margen de los vaivenes políticos, eludiendo la contingencia, sacando las castañas con la mano de la Concertación. Ahora se han hecho cargo de todo, abarcando la totalidad de las esferas del poder. Pero, políticamente, quedaron más expuestos. El triunfo electoral fue apenas el desplazamiento de un puñado de electores. Las encuestas demuestran que no ha ido más allá la adhesión a este gobierno y que la desaprobación hacia éste aumenta. El temor que los urge y apura es que sólo son cuatro años, y que estos cuatro años pasen con mucha pena para el pueblo de Chile y sin gloria para el gobierno. Y entonces, como dijo Longueira, las pretensiones políticas de la derecha se amaguen por largo tiempo.

El capitalismo: Wall Street tiene hambre de nuevo…

Ricardo López



“Camino de servidumbre”, así se llamó el libro que se convertiría en el “manifiesto neoliberal” de nuestros días, y que fuera escrito por Friedich A. Hayek.

La primera impresión fue hacia fines de la segunda guerra mundial (1944), siendo él profesor de la London School of Economics, y vienés de nacimiento.

Libro de culto en la Escuela de Chicago, sus grandes seguidores serían Milton Friedman, Arnold Haberger, Guy Sorman, Gary Becker y nuestro conocido Cristian (sic) Larroulet, flamante ministro Secretario General del Gobierno de Piñera.

Digo lo anterior, porque de los “Chicago boys” más prominentes, sólo un latinoamericano, Larroulet, ha sido nominado con el premio a la “Trayectoria Profesional” de dicha Escuela de Chicago.

Frank Knight, uno de los fundadores de la Escuela de Chicago, creía que los profesores debían inculcar en sus alumnos la creencia de que la teoría económica es una característica sagrada del sistema, no una hipótesis sometida a debate.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la historia de los “Chicago boys” no se reduce al sufrimiento que provocaron en Chile durante la década de los 70s.

Chile, a partir de 1973, sólo fue el primer laboratorio resguardado por un dictador que les permitió poner en práctica sus “sagradas” ideas sobre la economía.

El “manto sagrado” de la doctrina de Chicago se dejaría caer sobre Argentina (1976), Gran Bretaña (1982), Bolivia (1985), China (1987), Polonia (1989), Rusia (1990), Sudáfrica (1994), Irak (2001).

La receta sería la misma en todas partes: privatización (con corrupción incluída), liberalización de mercados y desregulación absoluta. Todo ello condimentado con una buena dosis de “manu militari”.

Los resultados fueron los mismos: cientos de miles de asesinados, torturados, desaparecidos, cesantes, gente en bancarrota, muertos de hambre y condenados a vivir bajo la línea de pobreza en las más indignas condiciones.

La liberación de precios de los alimentos más básicos, la “flexibilidad laboral”, el tratamiento de shock, la destrucción de las instituciones democráticas (parlamentos y sindicatos incluidos) fue y sigue siendo la tónica de los muchachos de Chicago.

Cuando la última crisis prendió en EE.UU., debido a la inagotable ambición de los especuladores, que llegaron a asumir condiciones de riesgo insoportables con sus “bonos basura” y provocaron la hecatombe financiera más grande de los últimos 80 años, la Escuela de Chicago brillaba por su ausencia, no era el momento de shocks, la crisis estaba en Norteamérica y sus recetas no funcionaban allí, no era posible un dictador y los tanques en las calles, de modo que la solución era keynesiana, había que reflotar el empleo y la demanda de los ciudadanos. Al traste con Hayek y los Friedmanistas.

Pero cuando todos pensaban en una crisis del tipo V, es decir caída y salida rápida, se produce la nueva crisis capitalista, esta vez en Europa, entonces, ahora sí es viable una salida del tipo Chicago. Que los países caigan, que el Euro caiga, nada de gasto fiscal, los que sean eficientes se salvarán solos.

Ahora sí vuelven a sacar la voz los adoradores del mercado libre, esta es una crisis que se merece un tratamiento de shock.

Esta vez sí es posible concebir una ofensiva del capital multinacional para reconquistar las fronteras coloniales que tanto admiraba Adam Smith.

Las ideas de Hayek, Friedman, Arberger, Larroulet y el inefable José Piñera, no podrían haber sido implementadas sin algunas instituciones que es bueno recordar siempre: El Consenso de Washington, El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los EE.UU.

La tesis principal, resurgida en la Escuela de Chicago, es que los mercados operan mejor por sí solos, cualquier intervención hará que la perfección sagrada de la mano invisible, preconizada por Adam Smith, se pierda.

Una segunda derivada de esta hipótesis “sagrada” es que los mercados volverán a su situación de equilibrio de manera más rápida cuanto mayor sea la magnitud de la crisis. Es decir, cuanto menos apoyemos a gobiernos y personas a salir del desempleo, de la pobreza y la miseria. Esta segunda derivada, proclamada por Friedman, por primera vez con la economía chilena, es lo que el FMI, el BM. y el Departamento del Tesoro norteamericano hicieron con la llamada crisis asiática.

Lo que ocurrió con los llamados “tigres asiáticos” (Tailandia, Corea del Sur, Indonesia, Malasia y Filipinas) fue el mayor robo de empresas del que se tenga conocimiento en tiempos de paz. La crisis provocada por el FMI, el BM y el gobierno norteamericano permitió que las mayores transnacionales occidentales se hicieran del capital de esas economías a precio vil, el precio lo pagaron los millones de cesantes, los cientos de miles de niños y niñas prostituidos y los cientos de miles de perseguidos y asesinados por los gobiernos obsecuentes a los dictados de la receta de shock de los “Chicago boys”.

Pero Wall Street tiene hambre de nuevo. Existe la posibilidad de enormes tasas de ganancias en la privatización de servicios públicos, empresas productoras públicas, transacciones con comisiones millonarias en las economías de Grecia, Portugal, Italia, España, Rumania, entre otras del sector europeo, por tanto, los mismos de siempre, el FMI, el BM y el Departamento del Tesoro norteamericano, vuelven por sus fueros. Vuelven a reflotar el liberalismo económico extremo: a privatizar, a desregular, a reducir el gasto fiscal, y, como siempre, porque es necesario, vuelven a reprimir.

Veremos una ofensiva neoliberal gigantesca en relación con la necesidad imperiosa de terminar con los “estados de bienestar”, de reducir al máximo el tamaño del estado, de permitir que la “mano invisible” vuelva a reinar en gloria y majestad, sin ataduras de ningún tipo.

¿Cómo andamos por Chile?

El terremoto y maremoto de febrero han creado una situación de “shock”, los más afectados necesitan lo básico: vivienda, abrigo y alimentos. Cuidémonos de los neoliberales.

Su solución pasa por la privatización de lo poco que queda en manos del Estado. Ya surgen recetas neoliberales que señalan que será necesario vender la participación del Estado en los servicios públicos, en Codelco, en Enap, en la salud y, ¿Por qué no? en la educación, tal cual lo hizo Bush en el estado de Luisiana después de Katrina.

Ni en América Latina, ni en Asia, ni en Europa y ni siquiera en EE.UU. las recetas de la Escuela de Chicago han funcionado para los trabajadores, el pueblo y la sociedad, ellas sólo han funcionado para especuladores, transnacionales y los objetivos hegemónicos del imperialismo.
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Fuente bibliográfica: La doctrina del shock, El auge del capitalismo del desastre. Naomi Klein, Ed. Paidos.

LA TRIESTAMENTALIDAD

Osvaldo Fernández D.


Antecedentes históricos de las reformas universitarias.

Lo que sucedió el año 2007 en la Universidad de Valparaíso no fue un hecho aislado. Las anomalías que existieron durante el período del rector Riquelme se debieron tanto a circunstancias específicas como a una situación general. La pésima gestión del rector Riquelme, no era un hecho aislado, también ocurría con otros rectores en otras universidades. En este sentido, era más bien el síntoma de una crisis general del sistema de la educación superior en Chile. Detrás de los acontecimientos concretos que concernieron específicamente a la Universidad de Valparaíso, estaba el peso de las transformaciones que la dictadura había impuesto y dejado instaladas en las universidades chilenas, en su afán por privatizar el sistema educacional, dejarlo a merced del libre juego del mercado y de suprimir su carácter de función pública. Estas políticas siguieron funcionando durante el gobierno de la concertación, llegando por estos años a la evidencia de que el mercado no es capaz de regular un sistema de educación eficaz para nuestro país.



Por eso, porque la crisis que vivía la Universidad de Valparaíso respondía más bien a esta situación general, como hemos dicho, la remoción del Rector era tan sólo el primer paso de un proceso de transformaciones que debía venir.

Luego de la crisis que se vivió el 2007 y su solución que se logró gracias la intervención de toda la comunidad universitaria, en la cual los estudiantes tuvieron un destacado papel, aunque quizás sería mejor decir un papel motor, el proceso de rectificación que se fue afinando debía abarcar dos aspectos centrales:

a) Primero, la necesidad de un saneamiento financiero, administrativo, y judicial, que era imprescindible por las anomalías que se habían producido durante el período del rector Riquelme.

b) Y, segundo, un proceso de democratización, tanto o más necesario que el otro, por cuanto debía restablecerse la confianza y las garantías de que hechos semejantes no debían volverse a producir. Si las anomalías a que nos referimos tuvieron su origen en una forma de funcionamiento que privilegiaba la acción arbitraria de la autoridad unipersonal por sobre las colegiadas, a una falta de transparencia en la gestión universitaria que favorecía la impunidad, a una escasa o casi nula participación de la comunidad universitaria en la gestión política de la universidad, todo eso venía avalado por el sistema educacional vigente. Era la legalidad impuesta por la LOCE, la que había instalado e imponía un eje del poder que venía de arriba hacia abajo y con la casi anulación de los cuerpos colegiados, remitidos a una mera función consultiva.

.El proceso de democratización de la universidad fue un aporte que vino del poder constituyente que emergió durante aquellos acontecimientos. Me refiero al momento cuando los alumnos iniciaron un movimiento que después logró incorporar a los otros estamentos de la universidad. Se tuvo entonces la inteligencia de comprender que no todo terminaba con la remoción del Rector; que venía ahora un proceso de normalización que introdujera nuevas prácticas, diferentes de las existentes en ese momento, todo lo cual deberá en un futuro próximo ser refrendado por nuevos Estatutos orgánicos.

Por eso hoy estamos en un delicado período de transición entre una situación de hecho, que en muchos aspectos contradice la actualidad vigente que, en estos mismos aspectos, consideramos obsoleta. La triestamentalidad se ha instalado como modo de funcionamiento de la gestión universitaria. Así funciona el Consejo Académico; así funcionan ya algunos Consejos de Facultad, como el nuestro: así se hicieron las elecciones de directores de institutos; así debieran ser las futuras elecciones de decanos. Pero, como hemos dicho, todo eso es aun transitorio. Una situación de facto, que difícilmente puede ser sancionada legalmente. Ese importantísimo acto constitucional será la discusión, elaboración y votación de nuestros nuevos estatutos.


¿Cómo entender esta práctica de la democracia universitaria que llamamos triestamentalidad?


El principal aporte del movimiento que hubo en el año 2007 fue instalar en la Universidad de Valparaíso el principio de la triestamentalidad, como la modalidad de participación en la gestión colegiada y en la elección de las autoridades unipersonales: rector, decanos, directores de institutos. En este sentido, la triestamentalidad supone la participación conjunta de académicos, de estudiantes y de funcionarios no académicos, en la gestión de los cuerpos colegiados existentes, así como en la elección de sus autoridades.

La triestamentalidad debe ser entendida, en primer lugar, como la participación de una comunidad compuesta de tres partes distintas, y de disímiles intereses, en el ejercicio democrático de la gestión y desarrollo de la institución universitaria. En estos momentos, y por razones que tienen que ver con la pesada herencia de la dictadura, mantenida durante los gobiernos de la concertación, la participación viene de un punto cercano al cero, en que la democracia había quedado reducida a una mínima expresión cuando las universidades chilenas quedaron intervenidas y cauteladas por la dictadura. El sistema expresado por la LOCE no garantizaba la democracia, pues favorecía las decisiones unipersonales de las autoridades, y excluía los cuerpos colegiados de cualquier gestión de poder.

En lo relativo a la necesidad de democratizar la gestión, una práctica triestamental garantiza la participación de la comunidad. La garantiza en tanto los cuerpos colegiados son triestamentales y tienen capacidad de incidir en las decisiones más importantes relacionadas con el gobierno universitario, pero también igual efecto tiene la participación de toda la comunidad en la elección de las autoridades unipersonales, pues de esta manera ellas serían expresión de la voluntad soberana de toda una comunidad.

Pero esta apreciación general, casi de principio, supone la necesidad de que el voto sea ponderado, por algo que pertenece a la naturaleza misma de esta comunidad que reúne tres estamentos distintos, de distinta permanencia en la universidad, y de intereses también distintos. En efecto, dos estamentos son permanentes y uno es transitorio, en lo que se refiere a lo que es elaborar y aplicar medidas. El profesor está en la Universidad porque este es su desempeño principal como académico y permanecerá en ella, si le es posible, hasta su jubilación, y entre sus funciones está la docencia, la investigación, la gestión y la vinculación con el medio. El alumno, en cambio, viene a la universidad para formarse profesional y socialmente, allí adquiere una pluralidad de valores, pero una vez terminado el período de esta formación, se va. Su desempeño profesional lo hará fuera de la universidad. Por lo tanto la aplicación de las políticas quedará en los dos estamentos restantes, y principalmente en el de los profesores, sobre quienes recaerá el mayor peso de los requerimientos de la gestión universitaria.

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